Por Gisela Assinnato*
Las raíces de los conflictos suelen explicarlo todo. Este es el caso. De movida, no hubo el pensamiento de unir, comunicar, transportar al vecino, al empleado, al obrero; sino más bien de engrosar los intereses privados.
Tal es el caso de los trenes, que en los albores del modelo agroexportador consolidado en 1880, fueron instalados en forma de abanico, apuntando al puerto y un solo modelo de país.
Con el tiempo todo se fue modificando y fue con el estado benefactor cuando se evidenció que el transporte era una cuestión pública, que contribuía al funcionamiento fiscal, económico, social.
El estado se enredó en su mismo juego burocrático y la corrupción comenzó a hacer de las suyas en todos los ámbitos. El saldo fiscal tenía otras prioridades que comer, educar, trabajar, curar; y la idea de tercerizaciones parece como una solución paliativa.
En fin, llegaron los 90. Las instituciones cayeron, el Estado cayó en picada, y un sector festejaba con pizza y champán. Las políticas liberales de Carlos Saúl Menem corrieron todo lo que era de incumbencia pública a lo privado y ahí si, el transporte no fue más un derecho, sino una mercancía.
El estado se dedicó una y otra vez a financiar a las empresas de transporte y sin embargo, la calidad del servicio hacia pensar la jugada como un vómito en la cara.
Hoy es común escuchar que se viaja como ganado, que el colectivo no pasa a horario, que los trenes están rotos, que las tarifas aumentan, que no se hacen los descuentos correspondientes, que estamos hartos.
Hartos porque viajar es una rutina diaria, que hace a la vida de las personas, pero también a la de un país. Hartos, porque mediante subsidios al gasoil, parciales, totales, o convenios específicos, todos pagamos por viajar. Hartos de llegar tarde al trabajo, de no conseguir monedas o de no tener lugar físico para pararse. Hartos de que de nada sirva denunciar, reclamar, y hasta romper, cuando la ira actúa por sí sola. Hartos de que todo siga igual. Comencé hablando de los primeros transportes de envergadura porque evidencié la relación con un modelo de país determinado. Es decir, una cosa, deriva a otra. Un gobierno que mantiene las relaciones de poder intactas entre empresas y estado, y que además planteó en su momento como política de transporte la construcción de un tren bala, evidentemente, no es un gobierno que plantee un país para todos.
Tal es el caso de los trenes, que en los albores del modelo agroexportador consolidado en 1880, fueron instalados en forma de abanico, apuntando al puerto y un solo modelo de país.
Con el tiempo todo se fue modificando y fue con el estado benefactor cuando se evidenció que el transporte era una cuestión pública, que contribuía al funcionamiento fiscal, económico, social.
El estado se enredó en su mismo juego burocrático y la corrupción comenzó a hacer de las suyas en todos los ámbitos. El saldo fiscal tenía otras prioridades que comer, educar, trabajar, curar; y la idea de tercerizaciones parece como una solución paliativa.
En fin, llegaron los 90. Las instituciones cayeron, el Estado cayó en picada, y un sector festejaba con pizza y champán. Las políticas liberales de Carlos Saúl Menem corrieron todo lo que era de incumbencia pública a lo privado y ahí si, el transporte no fue más un derecho, sino una mercancía.
El estado se dedicó una y otra vez a financiar a las empresas de transporte y sin embargo, la calidad del servicio hacia pensar la jugada como un vómito en la cara.
Hoy es común escuchar que se viaja como ganado, que el colectivo no pasa a horario, que los trenes están rotos, que las tarifas aumentan, que no se hacen los descuentos correspondientes, que estamos hartos.
Hartos porque viajar es una rutina diaria, que hace a la vida de las personas, pero también a la de un país. Hartos, porque mediante subsidios al gasoil, parciales, totales, o convenios específicos, todos pagamos por viajar. Hartos de llegar tarde al trabajo, de no conseguir monedas o de no tener lugar físico para pararse. Hartos de que de nada sirva denunciar, reclamar, y hasta romper, cuando la ira actúa por sí sola. Hartos de que todo siga igual. Comencé hablando de los primeros transportes de envergadura porque evidencié la relación con un modelo de país determinado. Es decir, una cosa, deriva a otra. Un gobierno que mantiene las relaciones de poder intactas entre empresas y estado, y que además planteó en su momento como política de transporte la construcción de un tren bala, evidentemente, no es un gobierno que plantee un país para todos.
* Estudiante Lic. Comunicación Social. UNLP