lunes, 11 de mayo de 2009

La banalidad del mal



Por Gisella Assinato panelista del programa “Nuestras Voces en Radio”

Hannah Arendt era alemana, filósofa, teórica política, grande, intelectual, polémica. Era judía. Y por eso, condenada al exilio y la persecución. Ni Francia, ni Portugal, ni Estados Unidos la reconocieron como ciudadana.

Trabajando como periodista para la revista The New Yorker, Arendt, cubrió en 1961, un juicio memorable en Jerusalén. Se trataba del proceso de Adolf Eichmann, quien había sido secuestrado en Argentina por el Mossad, una de las agencias de inteligencia de Israel.

Eichmann había sido el encargado de la organización de la logística de transportes del Holocausto. Era Teniente Coronel de las SS nazi y responsable directo de la solución final, principalmente, en Polonia.

Hombre tenaz en el cumplimiento de lo que consideraba su deber, cumplía a raja tabla las estadísticas que se le exigían. Los judíos eran para él "estadísticas". En el juicio dijo: "No perseguí a los judíos con avidez ni con placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde de los subalternos."

Arendt esperaba encontrar un monstruo y encontró un ser humano. En Eichmann había dado cuenta de la «banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se vuelven impotentes”.

Para Arendt, los totalitarismos hacen que las personas se consideren superfluas. La expresión "banalidad del mal" está en contraposición a la "maldad radical" que empleó en su libro sobre el totalitarismo. Era el supuesto con el que se culpaba a asesinos semejantes: Mal Radical (que proviene de Kant) que es incomprensible a la mente humana, que está fuera de ella. Y, que entonces, ningún castigo terrenal, humano, le es equivalente, no hay perdón.

Esto es lo que Hannah critica. Ella vio personas comunes, funcionarios, burócratas, personas comunes, normales clínicamente, psicológicamente y sin ninguna mística ni locura particular. Eran portadoras de un mal banal, superficial, burocratizado, que tiene que ver con la tarea que hay que hacer, lo que me dijeron, la irreflexión total. La forma más perversa.

Entonces, concluyó que el mal es extremo, y puede crecer y extenderse porque su banalidad, o sea, su normal manera de funcionar. Es incomprensible por la arbitrariedad, no por su profundidad. Sólo el bien es profundo.

Hannah escribió un libro al respecto y recibió más ataques que aplausos. Es difícil acuñar a la expresión «banalidad» cuando se habla de un asesino en masa. Es difícil pensar que un tal alejamiento de la realidad e irreflexión en uno, puedan generar más desgracias que toda la maldad intrínseca del ser humano junta. Es difícil pensar al genocidio como la forma de «asesinato en masa administrativo».

Hannah desafía al pensamiento del hombre y deshoja terrenos inauditos. Pues el Holocausto fue el gran genocidio del siglo XX, pero no fue el único en la historia mundial. Genocidio fueron las conquistas del siglo XV, las campañas del desierto, las colonizaciones civilizadoras, las dictaduras latinoamericanas, los muertos del neoliberalismo.

Pasa que en nuestra historia, la banalidad del mal se naturaliza. Y los libros, dejan largas páginas en blanco. Entre 1915 y 1923, el genocidio de un millón y medio de armenios por el gobierno turco –que hasta hoy lo niega– fue cometido con la intención "progresista" de consolidar la unidad de la nación turca moderna. La estrategia fue parecida a la aplicada a los judíos en Rusia y hasta se usaron métodos como la emasculación, similares a los que usó el general Roca en la Argentina con las naciones indígenas.

Como los turcos ganaron la guerra y eran liberales, progresistas y prooccidentales, junto con el sultán en decadencia, tuvieron mejor prensa, y el genocidio de todo un pueblo entró en una etapa de negacionismo que hasta hoy perdura.

Arendt da cuenta en su momento que si los genocidas fueran monstruos serían inimputables. Así, ella pone el mal en el funcionamiento mismo de la sociedad. Le da el Motus de: Posibilidad del sistema. Que podría repetirse. Y que cualquiera podría ser así.

Hoy, el reconocimiento del genocidio tiene por dueña a la humanidad en su conjunto. Hoy, la justicia no es total. Hoy, el castigo y la memoria son esenciales para un completo y mundial Nunca más.

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